El buen papa Benedicto XVI ha arremetido en incontables ocasiones contra los homosexuales alrededor del mundo. Es implacable, ortodoxo y severo en sus convicciones: el homosexual va en contra del plan de Dios (que decide quién es hombre y quién mujer), cuestiona la idea de género, e incluso ha llegado a equiparar la homosexualidad con el calentamiento global, a los cuales acusó de conducir a la "autodestrucción humana".
Además, el Vaticano hace algunos meses, se negó rotundamente, junto con otros países del Medio Oriente, a la propuesta de la ONU para despenalizar la homosexualidad en todo el mundo.
Lo más alarmante es que de una forma o de otra su palabra es para los creyentes católicos (que son bastantes) dogmáticamente infalible. No permitas, seas o no creyente, que el líder de una institución opresora y retrógrada te diga que está bien y qué está mal. Piensa por ti mismo y mira a tu alrededor: tu hijo, tu mejor amigo, tu profesor o cualquier persona a quien ames o estimes puede ser gay o lesbiana. Y que viva la diversidad sexual, o lo que es lo mismo para los creyentes, la complejidad incomprensible de la Creación divina.
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