Un pequeño dios ha dormido
cubierto por estas sábanas,
cubierto por este lienzo.
Ha posado su cabeza
sobre estas almohadas,
sobre este lecho.
Quisiera que nadie jamás volviese
a profanar aquello que él ha tocado
para que su perfume intenso y su silueta hermosa permanecieran
por los siglos de los siglos presentes.
Anoche su aliento fue para mi alma
un soplo de vida eterna,
una mano firme sobre el barro.
Anoche su rostro apacible fue para mis ojos
arcilla y agua,
calvario y salvación.
Quisiera que este dios volviese
a convertir el agua en vino y a multiplicar los panes
para que el milagro que ha realizado sobre este pecador permaneciera
por los siglos de los siglos presente.
Un pequeño dios,
joven como el tiempo,
vital como el fuego,
hermoso como una poesía.
Su piel es la tierra santa,
sus manos son dos pesados racimos de uvas,
su voz es el rugido de las mil bestias,
sus ojos son dos manantiales en el desierto.
Ha detenido la mano que me apedreaba,
me ha librado de mis enemigos,
ha hecho que volviese a caminar,
ha expulsado los demonios de mi cuerpo,
me ha resucitado de entre los muertos.
Porque no era digno siquiera
de que entrase en mi habitación
y una sola noche a su lado
bastó para sanarme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario